“Desde algún lugar del mar... El mar es el mayor tesoro lleno de misterios que tiene la humanidad, o eso es lo que solía decir mi abuela cada noche observando las olas bajo la luz de la luna... nunca imaginé lo reales que eran esas palabras. Vivía en una ciudad muy grande donde siempre me despertaba con las constantes alarmas que sonaban cada mañana; mis padres trabajaban de domingo a domingo para poder pagar todos los gastos de la casa así que nunca había calma. Mi día a día tenía la misma rutina, levantarse, desayunar, alistarme, ir al colegio, volver, hacer tareas y dormir; no tenía amigos, y no tenía intención de tenerlos en ese momento. Era un jueves en la noche cuando mi madre llegó sollozando a la casa, me despertaron sus lágrimas y gritos ahogados, la habían despedido del trabajo por recorte de personal. Al día siguiente estaba decidido, la vida en la ciudad era muy costosa así que debíamos conseguir otro lugar donde vivir lejos de ésta. Empacamos nuestras cosas y tomamos un bus que nos llevó por cinco días a un pueblo al lado del mar donde vivía mi abuela. Para mí era un viaje emocionante y lleno de aventura, sin embargo, las caras de mis padres solo eran de cansancio y agotamiento. Mi abuela nos recibió con la mayor de las sonrisas y un gran abrazo, yo me sentía muy feliz en ese momento porque solo la había visto un par de veces. Más maravillada quedé cuando desde mi cuarto podía ver ese vasto y hermoso horizonte de agua ¡eso era lo que llamaban mar!, nunca lo había visto en persona y no quería dejar de verlo, tenía un encanto único que llamaba mi atención. Esa misma noche no pude dormir y buscando cómo poder conciliar el sueño miré por la ventana y encontré a mi abuela parada frente al mar inmóvil, me ganó la curiosidad y salí silenciosamente por la puerta trasera. Al acercarme a ella escuché que pronunciaba palabras como si estuviera hablando con alguien, pero estaba completamente sola... Pobrecita, desde que falleció el abuelo no volvió a ser la misma; no le tomé mucha importancia y regresé a la cama. En las siguientes semanas mis padres consiguieron trabajos mal pagados, pero nunca hizo falta la comida en nuestro hogar; también retomé la ida al colegio, y me fui acostumbrando al lugar, era muy diferente a la ciudad, todo era mucho más tranquilo y colorido. Empecé con ánimo las clases y muchos compañeros trataban de acercarse, de verdad me esforzaba por hacer amigos con la esperanza de que tal vez en ese nuevo lugar me tratarían diferente a como fueron mis anteriores experiencias. No obstante, las palabras hirientes volvieron, estaba pasando lo mismo que en mi anterior colegio, ¿Acaso era yo la que alejaba a todos? En medio del afán diario de mis padres jamás pude contarles cómo me sentía, tampoco ellos me preguntaban, pero, aunque no nos viéramos debido a su trabajo, solo quería tener una conversación entre familia, como cualquier otra. Llegaba triste y aburrida todas las tardes sin ganas de hacer nada, hasta que mi abuela se percató de ello y me dio un consejo que cambiaría mi vida desde ese momento: “ve a la playa descalza y contempla el mar, deja que sus olas te abracen y te acojan, eso te reconfortará”; lo cual hice desde ese día sin falta. Diariamente al llegar a casa hacía mis tareas lo más rápido posible para sentarme al atardecer en esa suave arena cálida y dejar que la brisa caribeña me perfumara. Sin darme cuenta, el mar se volvió mi único amigo, no sólo lo contemplaba sino también le confiaba lo que había sucedido en el día, incluso a veces creía que me respondía, pensaba que era mi imaginación. Para mí fue siempre el mar un confidente, un amigo que absorbía todo lo que le contaba sin revelar jamás mis secretos. Una noche el calor sofocante me despertó, y escuché la voz de mi abuela llamándome desde afuera, por lo que salí rápidamente de la casa pensando que estaba contemplando el mar como todas las noches; como no la veía, recorrí toda la playa en su búsqueda. En el momento en que mis pies ya no respondían, me percaté de que había recorrido una larga distancia y me sentí confundida y perdida, así que decidí sentarme a descansar un rato. De repente, una figura empezó a tomar forma en el mar frente a mí, brillaba como si pequeños luceros le dieran vida, jamás podré describirla, solo sé que era tan magnífica que, aunque me encandelillara mis ojos con su luz, no podía dejar de verla. Quedé tan hipnotizada por esa mágica imagen que empecé a acercarme poco a poco, al punto de que sin darme cuenta esa figura de agua me estaba envolviendo, como si me acogiera en sus brazos. Lo último que vi fue a mi abuela corriendo en la playa descalza y la escuché gritando desesperada: “¡No! ¡A ella no!” Después de eso, me sentí rodeada en un silencio profundo, aquella misteriosa figura me estaba arrastrando al fondo del mar, no opuse resistencia, primero dejé de escuchar y después de ver, la luz de la luna ya no iluminaba en la oscuridad y mis propios sentidos me engañaban. Al día de hoy creerán que estoy muerta, pero la verdad, eso es un misterio incluso para mí...” Observé a Luis quien tenía una cara de asombro y en sus manos algo que estaba leyendo... Le di un leve codazo para llamar su atención, ya que estaba distraído y no me ayudaba a organizar los peces que habíamos pescado ese día. Le pregunté ¿qué era eso?, y me respondió: “es una especie de carta que estaba dentro de una botella de vidrio, apareció enredada con los peces... no logro entender qué quiere decir la persona que la escribió, si tan solo la leyeras... me recuerda la leyenda que contaba nuestra abuela...”